Vuelos baratos a otra galaxia.
Me desperté cuando las primeras luces del día, jugaban a los escondidos con las sombras de los árboles y puse un mendrugo en mi mochila, una botella de agua y abrí el lente de mis ojos a todo lo que daba. Enseguida vinieron a mi encuentro los olores y el, a penas perceptible, susurro de las hojas con el viento de la mañana.
Descubrí que las hojas secas y el polvo son familia, que el rocío y las nubes están a tan solo una madrugada de distancia y es la luz al acariciar las alas de las mariposas, la clave de su danza de colores, al atravesar las gotas de agua, la dueña del arco iris, del misterio que las cerezas sean rojas y verdes los limones.
Y de pronto me encuentro una iglesia abandonada, y sus paredes de tablas silenciosas me cuentan la historia y puedo ver hombres sudorosos poniendo los maderos, con la esperanza de que el tiempo los perdonara, y luego las palabras convertidas en plegarias, en rezos y suplicas para que el olor a incienso hiciera el misterio de detener el tiempo y la muerte no llegara.
Entonces la Madre Tierra y el Padre Sol, haciendo que crezcan flores silvestres al lado de las paredes que se mueren, las piedras del camino, atreviéndose a desafiar el paso de los años y la luz como testigo mudo, colándose por las rendijas como niños traviesos que juegan.
Ya el Sol había recorrido la mitad del cielo, cuando regresé a casa, empapado de belleza y aire puro, sintiéndome más amigo del verde que comienza a ser vida y del polvo que simplemente es, más de otra manera. En unas horas hice el viaje al misterioso vuelo de las mariposas y fui testigo de la decadencia del tronco de los árboles, convertidos en paredes de una vieja iglesia, la arrogancia de las flores que adornan sin saber si ha de pasar otro visitante y la silenciosa advertencia del camino, que ve pasar al caminante.