Partidismo y egoísmo
Cuentan que El Generalísimo Máximo Gómez, que era dominicano por nacimiento y cubano por narices, dijo que "el cubano o no llega, o se pasa", en algún momento de la campaña contra los colonizadores españoles, en la cual demostró que tenía la autoridad suficiente para conocernos. Y sé que no hay un absurdo tan descabellado como etiquetar a grupos humanos, pero también es cierto que la idiosincrasia existe, que no nos comportamos igual que los esquimales o los asiáticos, ya sea por razones del clima o las costumbres, la energía del sol, o la recontrapelusa del tubo de escape, para decirlo en cubano. Nosotros lo tomamos todo a la tremenda y un humorista cubano también puso su grano de arena para entenderlo, cuando dijo que nos achicharramos encaramados en un poste de la luz, tratando de poner los fusibles, porque no tenemos paciencia a que lleguen los electricistas.
La política nos importa un comino, porque según el diccionario de la RAE, política es una ciencia que estudia la sociedad y su forma de funcionar correctamente, pero a nosotros lo que nos va es el partidismo, o sea tomar partido, ponernos a favor o en contra de los que sea, porque lo de abstenernos, no va con los antígenos que tenemos en la sangre caliente.
Si un cubano defiende al sistema social que impera en Cuba en este momento, no le ve ni una pizca de fallos, no le ve errores y perfecto es un adjetivo que le queda pequeño, mientras en el resto del mundo, para su parecer, impera el caos, habría que ser tonto para no verlo y con tal que alguien diga otra cosa, prepárese a pasar un curso de lenguaje callejero, incluidas las más refinadas obscenidades y agudas ofensas. Mientras en el otro bando pasa otro tanto.
Al sistema humano de creencias, la falacia de la separación le viene como anillo al dedo: yo aquí, mi ombligo y allá afuera el resto del mundo. Esta visión no es patrimonio de los cubanos, por supuesto, pero nosotros la amplificamos con nuestra manera de ser. Cuidado, que si nos da por ser solidarios, nos vamos al sofá encantados de la vida y le dejamos la cama al más pinto de la paloma.
Tal vez por aquello de que la noche es más oscura, cuando está a punto de salir el sol, o por la filosofía de que al tocar fondo, no queda otra que ascender, tal vez porque el sufrimiento es un combustible que hace la alquimia del despertar de la consciencia, tal vez. La cosa es que no somos el único pueblo que sufre, que emigra, que está dividido y nos peleamos, no vivimos en campos de refugiados, no vemos morir ante los ojos desesperados de las madres, a sus niños sin una gota de agua o alimentos, como en África, por ejemplo, aunque nuestra capacidad de exagerar vocifere que si.
En el mundo actual hay un río subterráneo de acercamiento de los seres humanos a su esencia, hay una sutil manifestación de toma de consciencia que se expresa de muchas maneras: literatura, cine y otras formas de la ciencia y el arte, grupos que se reúnen para meditar, uso de la tecnología y los medios de comunicación para compartir vivencias relacionadas con la espiritualidad y el desarrollo evolutivo. Mientras los vientos huracanados de las guerras, la globalización y el capitalismo de la observancia y la vigilancia nos agreden brutalmente, mientras hay quien atesora riquezas materiales de forma incontrolable, crea murallas físicas e ideológicas, se ve separado, aislado y cree que llevará a la tumba su fortuna, hay quienes comienzan a focalizar la esencia humana como un todo y perciben que lo que afecta a un campesino chino, repercute en los habitantes de Nueva York, y entonces nos posesionamos en el ojo de esa tormenta y centramos la atención en la médula de nuestra supervivencia, que no es otra cosa que la hospitalidad, la paciencia, la bondad, la curiosidad y la humildad de reconocer una inteligencia superior que existe en el Universo y que no está al alcance de nuestra maravillosa mente.
Los rollos del partidismo político, las campañas electorales y nuestra frenética batalla para componer el mundo a través de las guerras y las peleas, son hojas viejas y secas que está desprendiendo el árbol de la vida en el otoño de nuestro proceso evolutivo. Son demasiado viejas y les ha llegado la hora de abonar la tierra para convertirse en nutrientes de la nueva consciencia. Los cubanos y los haitianos, los chinos y los suecos, somos olas pequeñas del mismo mar, granos de arena de la misma playa, y nuestro corazón lo sabe desde siempre.