Laura
Laura Bueno Hija, ya estamos todos: Tu Papá con esa expresión de ojos, diez años más viejo que anoche en el restauran donde fuimos a celebrar su ascenso entre chistes e historias, tu hermano Raúl que no entiende en su inocencia lo que ocurre, y yo, con los ojos perdidos en el techo de esta sala de emergencias donde parece que proyectaran la película de vuestra infancia, con aquella alegría y juegos que no paraban, peleándose por un pedazo de tarta y venga y venga a corretear por la casa del abuelo cuando íbamos al campo. Y ese fantasma que soy, retorcido de desesperación e impotencia con una mueca parecida a los tripulantes de un submarino que ha encallado en el fondo.
Aquí, con el hígado destrozado y los riñones, el corazón como si fuera un anciano al que han puesto al hombro una pesada carga de leña, después de leer la carta que dejaste encima de tu mesita de noche al lado de tu muñeca, como queriendo decir que aún eres tan niña Hija, y a la vez tan mayor como no fui capaz de darme cuenta.
De camino vienen tus abuelos a los que dijimos unas mentirillas que no se tragaron para nada, por el tono de las palabras que escucharon al teléfono sin nada que ver con la falta de importancia de lo ocurrido, e imagino a Papá al volante de su coche, con las ruedas derrapando en la amargura de alguna tragedia que presiente y Mamá mordiéndose los labios para no dejar que se escapen los sollozos, mientras sale el Sol a penas y ninguno de los dos se da cuenta.
Por sorpresa para mí también han venido Michel y su madre porque son vecinos y escucharon mis gritos de desesperación, y ella ahora no para de mirarme con una compasión tan densa que podría tocarse, por el pánico que de un momento a otro salga el Doctor por esa puerta, quitándose el tapaboca verde y moviendo la cabeza para decir sin palabras que llegamos tarde, que Laura ya no está y que no han podido hacer nada. Ellos dos no saben lo de tu carta explicándome que la semana pasada en una fiesta, Michel bebió de más y cuando le preguntaste si quería bailar, te dijo que no se pegaría a una foca grasienta, que lo dejaras en paz y fueras a conseguir un baile al corral de los cerdos.
Mira que decirle eso a una nena como tu Hija, con los ojos más bellos que hay en El Universo, con tu sonrisa y tu nobleza y esa piel tan blanca de solo diecisiete batallas contra el tiempo. Mira que ofender de esa manera tan burda a una florecilla que acaba de descubrir su primavera, y ahora que lo miro bien me doy cuenta que es un chico guapo, con cabello ensortijado y las cejas pobladas, de músculos fuertes y pecho donde no parece que pudiera anidar un corazón malvado. Y de pronto me hierve la sangre y tengo un impulso de ir y despedazarlo con uñas y dientes, pero enseguida me doy cuenta que esa noche el alcohol y el demonio tenían las riendas y parece que te hirió tanto Hija, que te resististe a seguir soportando el dolor por lo que me cuentas en tu misiva y los amigos empezaron a burlarse y gruñir como los cerdos con risas que eran espinas envenenadas retumbando en tu cabeza, todas las madrugadas de tu última semana.
Pero, ¿Por qué no me lo contaste Hija? ¿Por qué no tuviste la confianza necesaria para compartirlo y tal vez juntas hubiéramos encontrado otra manera de enfrentar el problema? ¿Acaso creíste que Yo misma no sentí alguna vez las miradas ofensivas de algunos hombres por el delito de tener medidas inapropiadas de cintura y nalgas? Y mi madre y hasta mi abuela porque es algo del mapa genético ese, que tanto se habla. O quien sabe si en la costumbre de generaciones que comemos hasta que se quite el hambre, lo que nos gusta y no lo que conviene, sin conocimientos de cómo debe hacerse, sin que nadie nunca nos enseñara nada sobre el tema, porque además no eres tú sola Nena, y basta mirar alrededor para consolarnos porque mal de muchos, da menos vergüenza y asesinamos en pequeños placeres diarios el bienestar de mañana.
Conozco ese sufrimiento Hija, no sabes lo que me duele saber que te mirabas en el espejo y te odiabas, que te hubieras cercenado con un cuchillo afilado esas odiosas protuberancias que parece haber puesto El Creador en nuestros cuerpos como castigo por uno de los siete pecados capitales.
No te imaginas los horribles segundos que pasé leyendo tu cartita de despedida donde cada letra pesaba toneladas de culpa, porque ¿quién sino Yo, te ha inflado a zumos procesados desde pequeña? ¿Quien ha comprado tu merienda para que llevaras al cole, de bocadillos en vez de frutas? ¿Quién ha cedido a tus caprichos infantiles de tener siempre a mano en casa una bollería, para darte un aparente gusto que hoy se revierte en el dolor más terrible? ¿Quiénes sino Tu padre, que está ahí ahora quebrado de dolor por la tragedia y Yo que me muero despacio, tal vez junto contigo, hemos sido los arquitectos de nuestras prioridades, donde no prestamos la atención necesaria a un asunto tan cardinal? Recuerdo Hija, que hace solamente unos meses me dijiste en la playa, con tu vocecita tímida que te daba vergüenza ponerte el bañador y querías ir a un nutricionista para que te ayudara y lo dijiste de una forma tan ingenua y había una expresión tan suplicante en tus ojos, que no se cómo fue posible que te dijera que no teníamos dinero, de momento para eso. Y ahora me pregunto cuanto dinero daría para que los doctores que te están atendiendo lograran devolverte a la vida y salgan por esa puerta diciendo que Dios me ha dado otra oportunidad y que puedo acercarme un poco más a mis hijos y dedicarles más tiempo y no estar siempre sumergida en la locura de una carrera que nadie sabe a donde nos lleva. Padre Nuestro que estas en los cielos no te lleves así a mi Laura que te prometo que he aprendido la lección y si ella vuelve después de tomar esa terrible carga de pastillas anoche, desesperada de dolor adolescente por las ofensas del chico por el que siente un enamoramiento, sintiéndose sola y desamparada por sus padres que pensábamos que con alimentarla y vestirla y darle educación en una escuela era suficiente, ha decidido truncar su vida como un corredor que abandona una carrera unos segundos después del disparo de arrancada. Pero Dios, ¿cómo es posible que estuviéramos tan ciegos y no prestáramos la atención debida? ¿Cómo es posible que pusiéramos en el jarrón de nuestras vidas la arena de nuestras pequeñas preocupaciones diarias antes que las piedras gordas que ahora no caben? Escúchame Laura, no te vayas así Hija, no nos dejes con las ganas de quererte de verdad y demostrártelo en la práctica. Ya verás que encontraremos el camino para que tu cuerpo tome el rumbo correcto y con esa juventud que tienes, logres lo que te propongas. Juro que papá y Yo te ayudaremos, buscaremos ayuda profesional, emprenderemos juntos el nuevo camino hacia el bienestar y las costumbres saludables, apartaremos como oro en paño el tiempo necesario para la actividad física, dejaremos de vivir para comer y comeremos para vivir, nos haremos vegetarianos si hace falta Laura, nos asesoraremos con quien sea necesario, pero resiste Hija, perdona la ignorancia y la desidia de tus padres y perdónate a ti misma por esa decisión tan apresurada. Perdona a Michel por sus ofensas y piensa por un segundo que podrán violar tu integridad física, pero nadie puede ofenderte si no te sientes ofendida. Tengo la esperanza que no hayan transcurrido demasiadas horas desde anoche cuando tomaste esas pastillas y el momento que te trajimos volando. Sé que llegaste tarde porque me pareció sentir la puerta de tu habitación y cuando miré el reloj pasaban las tres de la madrugada. Que suerte Hija que alguien me empujaba a ir a tu cuarto y me di cuenta temprano, eso seguramente es una señal de esperanza.
Justo llegan ahora tus abuelos con esos cuatro signos de interrogación en la cara, justo sale alguien totalmente vestido de verde como Yo sospechaba, nos busca con la mirada y todos nos paramos en ascuas y casi puedo salir de mi cuerpo y convertirme en una espectadora que mira un film por segunda vez, justo se encamina hacia nosotros porque se nota a las claras que quiere decirnos algo