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Dios es ciego, sordo y mudo

La montaña y el lago

El sol bostezaba hoy por la mañana en el horizonte cuando puse un mendrugo en la mochila y salí al encuentro con Dios, porque la noche anterior había quedado con Él y no quería llegar tarde.

Siempre me sentí curioso, asombrado y humilde por los mensajes que me ha dejado por todos los medios, desde que tengo uso de razón y puedo recordarlo.

La primera vez, iba yo persiguiendo chinchilas en un sembrado de yucas de la finca del abuelo, y sobre la tierra húmeda, había un colchón de hojarasca que invitaba a tumbarse y mirar el techo verde, formado por el entretejido de hojas, y los tallos como si fueran columnas de un coliseo inmenso. El sol se metía por las rendijas y estoy seguro, que habría podido cortar los rayos con unas tijeras. Ese día me habló Dios del misterio del vuelo de las mariposas, del baile de las hojas movidas por el viento y su voz era la del padre amoroso que me hace un regalo, sin motivo aparente.

Después me quedaba solo en los rincones, me subí a un árbol de mamoncillos, para estar más cerca del cielo, pero nada, aprendí que si lo llamaba yo, no respondía, ni siquiera se enteraba.

La segunda vez que me habló, yo estaba esperando en el salón de un hospital materno, la llegada de una mocita que hoy me llama abuelo. Entonces me di cuenta que los enigmas se descubren y los misterios se desvelan, ante quienes se posicionan ante ellos de determinada forma. Y ante mi se desveló el misterio y la ternura de la palabra de Dios en aquel llanto.

Luego, la noche me sorprendió arriba del Atlántico, envuelto en las nubes y el miedo que sienten los emigrantes y de pronto, sin llamarlo, El Padre iba a mi lado y me aferraba a su túnica blanca, la mirada dulce y la sonrisa suave. Esa vez ya había aprendido a escucharle y estuvimos charlando como buenos amigos, durante todo el viaje.

“person holding glass of airline“ by Julián Gentilezza on Unsplash

Ahora por fin he aprendido que no puedo llamarlo, que si rezo no siempre logro que me escuche, porque mis rezos son demasiado torpes y tienen demasiadas palabras, mis ruegos son demasiado cobardes y corroen los granos de fe, que he podido atesorar. Y Él me ha enseñado que sólo hay una forma de posesionarme curioso ante lo que estoy viviendo, sediento en descubrir para que sirven mis vivencias, asombrado para gozarlo, porque el asombro es un purgante para los miedos, y humilde ante esa inteligencia que puede hacer que me estremezca con una gota de rocío, que ha caído en la hoja del naranjo. Entonces, y sólo entonces, es posible que si lo cree conveniente, Dios haga el milagro de hablar, sin hablarme.

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Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!