Películas de fin de año
Y nos sentamos cómodamente, con esos cartuchos gigantes de palomitas de maíz, un litro y medio de coca-cola y decimos: ¡comience la fiesta!
También podría ser mientras limpiamos la casa, fregamos o conducimos hacia el trabajo, sin palomitas ni coca-cola, sin más efectos especiales que esos que rueda la mente allá dentro.
¡Vaya año! Decimos algunos. ¡Menos mal que ha terminado!.
Ha tenido altas y bajas, dicen otros. Y comienza a rodar el thriller de momentos buenos, con escenas eróticas, viajes atrevidos, logros y tropiezos, descalabros y familiares que se han ido.
Otros se dan pellizcos en el ombligo y declaran a voz en cuello:
¡Habrá sido malo para medio mundo, pero yo, el caballo de Atila, le he sacado jugo! ¡Tengo más agallas que un atún de quinientos kilos!
Quienes lo han pasado mal, brindan por un próspero y feliz año nuevo:
Acepto que no me traigas nada, ruegan algunos, pero por favor, ¡no te lleves a más nadie!
Y otros van a la iglesia, se ponen de rodillas frente a los iconos de santos y vírgenes y rezan con la esperanza de ser escuchados, hacen promesas y se atrincheran en su fe, rogando para que Dios les conceda sus deseos: Te rogamos ¡Óyenos!
Mientras el tiempo hace mover las agujas de los relojes hacia un nuevo año, con conductas humanas que tienen mucho parecido: ya hacían ofrendas algunos. Sacrificaban animales y hasta Seres Humanos, hacían procesiones, se postraban y vengan ruegos y más ruegos, para que el futuro, desde los próximos cinco minutos, hasta los cien años sean lo más favorables posibles a mi voluntad.
¿Habrá algo parecido en el resto del reino animal?
La respuesta parece ser un rotundo ¡no!
Ningún perro o gato parece desear que el año próximo sea sin mascarillas o que se extinga el coronavirus.
Ni siquiera los pollos o cerdos, encerrados en campos de concentración, alimentados bestialmente para que crezcan y sean comestibles lo más pronto posible, tienen la capacidad de desear que se termine esa tortura.
Tal vez padecen los horrores de esa vida a que los sometemos, pero están libres de la tortura de saber que son víctimas de la locura humana.
No tienen la capacidad que tenemos para desear que el año próximo sea distinto, ni siquiera que el próximo minuto lo sea.
¿Tienen delante un grano de maíz o pienso? Pues lo comen y punto. ¿Hay agua? La beben.
Una paloma de las que vive en las ciudades, no ruega porque haya menos contaminación, ni sabe nada del calentamiento global, no hace recuentos de cómo ha sido su último año, ni siquiera la hora o el minuto anterior al que está viviendo.
¿Deberíamos renunciar a la prodigiosa mente que tenemos, que nos permite ser conscientes, evaluar el pasado y hacer proyecciones para el futuro?
¿Acaso deberíamos renegar de lo humano y añorar ser un rebaño de ovejas a las que el pastor alimenta para luego sacrificar?
Hace unas horas, desde el momento que estoy escribiendo este artículo, el Hombre ha lanzado al espacio exterior un maravilloso instrumento para observar el cosmos profundo. Este telescopio será capaz de captar la luz que proviene de distantes galaxias y en cambio no hemos sido capaces de observar algo que es mucho más simple:
¡Nuestra esencia divina e imperecedera!
Tal vez no se trate de un solo escalón, o al menos en mi caso, no ha sido así. Voy a intentar exponerlo de la manera más sencilla posible.
Primero fue una sospecha:
¿Hay algo en mí que me acompaña y no son mis pensamientos, emociones o sentimientos?Una presencia que subyace sin hacer mucho ruido, que me empuja a estar en silencio, en contacto con la naturaleza, escuchando la cascada y la magia del viento cuando se enreda en las hojas de los árboles.Un gozo profundo envuelto en papel de regalo, al escuchar el suave romper de las olas en la playa, la algarabía de los gallos al amanecer en el campo, el ladrido lejano de los perros.
¿Es la música un conjunto de vibraciones que llega a mis oídos y nada más, o es una mano misteriosa que mueve el reóstato de las emociones y recuerdos?
Y poco a poco, así como amanece, esa necesidad imperiosa de buscar, como hurga un perro callejero en la basura para encontrar algo que ha olfateado, los misteriosos caminos para el acercamiento progresivo a saber, sin conocer con la lógica que exigen los sentidos, que no tengo ni puñetera idea de quién soy, pero ni por asomo, solamente lo que se ve a simple vista.
¿Qué tengo un cuerpo físico increíblemente sabio, que regenera los tejidos de una herida, digiere alimentos y hace miles de funciones sin que me entere? De eso no tengo dudas, está a la vista. Yo y todos los seres humanos, animales y plantas.
¿Que estoy nadando en un mundo emocional donde me siento alegre como una lombriz en un momento y luego triste como una ostra?
De eso todos somos conscientes, porque está ahí todos los días.
¿Que tengo un mundo mental que parece un géiser de pensamientos, sin parar, más o menos coherentes cuando estoy despierto y misteriosamente caóticos cuando duermo? ¿Quién podría dudarlo?
¿Y ya? ¿Soy solamente eso?
Si hombre, una eme con mayúsculas.
Entonces, como si eso de que el maestro aparece cuando el alumno está preparado, comenzaron a aparecer libros, información desde otras fuentes que la tecnología ponía a mi alcance, aparecieron personas en mi vida, situaciones, circunstancias, que me han montado en el carro y me han traído amorosamente hasta AHORA.
Experiencias cercanas a la muerte de personas que, cuando las he escuchado, cuando he visto sus ojos en un vídeo, me he dicho: este no es un farsante, ni un hábil buscador de likes o seguidores.
Casos de reencarnaciones en los cuales los padres relatan la historia de su niño que tenía pesadillas y se pusieron a investigar hasta encontrar lo que realmente las causaba.
Personas que han puesto al servicio de todos su enorme esfuerzo amoroso y altruista, de investigación, búsquedas de las enseñanzas profundas que otros maestros y maestras cuyas voces, se han ido debilitando, cuando no perdiendo en lo insondable del tiempo, y ahora se amplifican de nuevo.
Hasta que como resultado final, o al menos más reciente, voy sumergiéndome en el empoderamiento de esa sabiduría desprovista de lógica y razones, apartada de la minúscula influencia del “niño inconforme que es mi ego” y emerge una imperiosa necesidad de amar a todo lo manifestado.
Amor que es aceptación incondicional de las cartas que cada día nos reparte esa inteligencia superior, que se traduce en hacer en cada momento de mi vida, lo mejor que sé y lo mejor que puedo, aquello que me brota del corazón.
Amor que se traduce en respeto a eso que también soy, mi cuerpo físico, mental y emocional, cuidados amorosos y una creciente admiración, como agradecimiento a lo otro que también soy: mi parte divina e imperecedera.
Ahora, con ese nuevo paradigma, ya puedo detenerme un momento y volver a componer mi deseo de año nuevo para todos:
“Os deseo de todo corazón que el año nuevo sea, como seguramente será: un contínuum de momentos presentes, donde tendremos libre albedrío y en dependencia de cada una de esas pequeñas decisiones, la sabiduría infinita de Dios, volverá a poner delante de cada uno de nosotros, exactamente lo que más nos conviene para el desarrollo de nuestra consciencia y nuestro proceso evolutivo"¡Feliz año nuevo!