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Encontrando la Paz en medio de la Tormenta

Ciclóntropical

Eran aquellos octubres calurosos y húmedos en la franja de la tierra que está más cerca del cielo, y nosotros, tres compinches que, sin saberlo, habíamos venido a La Tierra a sembrar semillas diminutas de amor del bueno.

Ella no era menos niña que nosotros, ni se le había descolorido la inocencia, como a los vestidos viejos, sino que estaba latente junto con su ternura, en su empeño infantil de protegernos.

Se agarraba a los miedos como pretexto, de que las ráfagas huracanadas pudieran arrancar de cuajo los árboles y las tejas de barro salieran volando cual asesinos a cercenar cabezas.

Miedos absurdos que le servían para sacar a flote sus ternuras de madre, que pone a salvo a toda costa, su descendencia.

Tormentas tropicales.

Y cuando empezaba a oscurecer el cielo, como si Dios nos envolviera con una manta inmensa, y el llanto de todas las vírgenes caía de repente sobre los campos sedientos, nos íbamos, como quienes van a una fiesta, donde nuestras almas pudieran estar más cerca y colorear con la luz del farol, un mundo amarillento resguardado de la furia de la tormenta.

De dos por dos metros era el recinto, tan bajo que los únicos que podíamos entrar sin agacharnos, éramos mi hermana y yo, con algunos aperos de labranza que guardaban allí los hombres, en su empeño de que la tierra nos diera el sustento.

Llevaba mi padre algunos taburetes y un pequeño banco de madera, una hamaca de lona que se colgaba de unas ramas de majagua, que a la vez, servían de entramado al refugio, y poder atarle las pencas de guano de las palmeras canas, a modo de paredes.

varaentierra en Cuba.

Y entonces comenzaba la fiesta, cuando la mamá nos contaba historias para mantenernos entretenidos y contentos.

Era la historia del padre que había ido con su hija a un misterioso lugar lejano, donde había un castillo embrujado, totalmente deshabitado pero sorprendentemente se escuchaba una voz misteriosa que ofrecía comida y hospedaje a los recién llegados.

Y ella alargaba y alargaba la historia, describiendo los jardines y las rosas, los pasillos embrujados y el eco de la voz del fantasma, mientras afuera el hueco negro del centro del universo, se trabaga de un bocado el desamparo de nuestra inocencia.

El jardín del castillo encantado.

Poco a poco nos iba envolviendo el sopor de la noche tropical al arrullo de su voz amorosa y entonces, nos acostaba en la hamaca a uno con la cabeza para los pies del otro y ella encontraba la paz, justo en el centro de la tormenta, porque sabía de sobra que su prioridad era mantener a salvo lo que más amaba.

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Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!