Un orgasmo prolongado

José Miguel Fernández Nápoles
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Un orgasmo prolongado – Jose Miguel Vale – WebMediums

La búsqueda infatigable del placer parece ser una constante en la historia del Ser Humano, junto con evitar el dolor delinea las conductas más sutiles y se esconde donde guardamos las aspiraciones más altas: Mientras ponemos al fuego una chuleta de cordero, o una tarta en el horno, nuestro cerebro juega con lo que vendrá, se adelanta y comienza la fiesta.

Tal vez las necesidades básicas como el sexo, el descanso y la alimentación, tienen una fuerza descomunal que moldea, incluso de forma inconsciente, lo que hacemos día a día. Parecería que todo es para conseguir uno de esos dos fines y entonces, la mente se inventa lo que ella cree que le dará placer y busca la forma de huír de lo que también cree que le dolerá. Vivimos con esa zanahoria delante de los ojos, en una carrera loca por alcanzar el próximo instante de placer o huír delante de una amenaza.

Llega un momento en que algunos alcanzan muchos instantes de placer porque logran atesorar bienes materiales y, de pronto, los invade el hastío, no les apetece seguir llenando sus sentidos: el del gusto con un nuevo manjar, otra relación sexual intensa, un salto en paracaídas, el próximo viaje al Gran Cañón del Colorado, un cero a la derecha de su cuenta bancaria y se marchitan como una espiga de arroz sin agua, se les ve con la mirada tiesa, los ojos zambullidos en una tristeza incomprensible, desanimados, carentes de sonrisas y poco a poco se apagan como una vela debajo de una campana o una flor en jarrón de mimbre. Algunos resbalan por sus días así, hasta que el alivio de la muerte les llega, otros no soportan la espera y se descerrajan un tiro en la sien o se lanzan en paracaídas, sin paracaídas. Seguramente es difícil de entender para los millones de africanos o latinoamericanos, los elevados índices de suicidio en países nórdicos.

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La otra cara de la moneda son los que huyen como gacelas delante de la miseria o las enfermedades y la mala suerte les pisa los talones, les corta el resuello cada mañana: ¿sobreviviré al próximo atardecer? - Se preguntan. Uno detrás de otro se presentan los fracasos en sus vidas, las desilusiones, las malas rachas y las desventuras. Son heraldos de malas nuevas allí donde llegan, con la escasez como bandera: de afectos, de bienes, de salud y hasta de oxígeno para respirar, a juzgar por la sombra debajo de las pestañas, por su andar pesado y la ausencia de recuerdos.

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Podríamos llegar a creer que es el pecado original, como nos han sugerido algunas religiones, que es así la vida y conformarnos con dádivas agazapadas en instantes de gozo, en momentos fugaces que duran lo suficiente para añorarlos, mientras la mente se regodea en su eterna visión de que algo falta, algo está mal, no debería ser así tal cosa: mucho ruido, calor, frío. Los hijos que deberían estudiar, los padres intrusos, los jefes, los obreros del empresario.

La tormenta arrecia en el mundo que vivimos, no hay suficientes gallos para que anuncien amaneceres, crece el agujero en la capa de no sé que cosa, se globaliza la miel que no han fabricado las abejas, hay más refugiados y menos que refugien, más clavos y cruces y menos esperanza. La palma de las manos y el dorso, parecen aumentar su diferencia y no hay manera de separarlas, no hay mecanismos para fabricar monedas con una sola cara.

De repente una mariposa detiene su vuelo en el pétalo de una rosa y alguien la observa, pasa una gaviota y un niño mueve las alas con ella, nos revolcamos en las pantallas buscando sabores, hasta que se nos ocurre volver a pegarle un mordisco a una manzana, no sabemos que emoticón elegir hasta que a alguien se atreve a volver a dar un beso, y el asombro comienza a quedarse sin careta, aparece la curiosidad que estaba escondida en los rincones. A un atrevido le pasa por la mente jugar un rato a los escondidos con un niño, a otro loco conversar un minuto con un anciano y algo, una inteligencia superior, un ramalazo de luz se queda en los ojos de la gente, hay quien hace espacio en su vida para escuchar a un amigo con una oreja hacia afuera y otra hacia dentro, observando y observándose mientras escucha, ejercitando la cuota de paciencia que le corresponde en la cartilla de racionamiento, administrando la bondad que tenía acerrojada en el corazón, dando al fin una minúscula oportunidad a la belleza que hay en su interior, para que se mire en el espejo de la vida. Entonces comienza en la Tierra tal vez, una nueva era, un parto misterioso entre sudor y miedos, de un Ser que ha pegado un salto cualitativo en la evolución de su especie. Son esos niños que nos dejan boquiabiertos, esa gente que se reúne a hablar de misterios, de divinidad y desempolvan lo que ya sabían los antiguos: la humildad de reconocer el ahora como el sendero para volver a casa. Por un segundo, durante un minúsculo salto cuántico, la conciencia se reconoce a sí misma en el silencio y aparece el gozo sostenido que trasciende el placer de un orgasmo prolongado.

¡Gracias Universo!

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José Miguel Fernández Nápoles

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Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

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Jose Miguel Vale

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Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!

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