Cuesta Arriba

José Miguel Fernández Nápoles
10 min de lectura

Cuesta arriba.

De repente pienso que no he traído limones suficientes para hacer la bebida isotónica, ni agua de mar mezclada con la otra y sé que será un reto subir la cuesta con un litro solamente, teniendo en cuenta que las lágrimas son saladas y esbozo un conato de sonrisa por primera vez en la última semana, después que Alina se fue así, sin despedirse de nadie, como si no le importara que se me escapen entre los dedos al pasar el tiempo, los recuerdos de los momentos que compartimos, ni quede rastro de mí a de ene en su piel tan suave.

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Recuerdos

Llevo un mapa de la ruta e indicaciones en una aplicación que he descargado, pero no he mirado un pimiento desde que salí, porque no ha amanecido y sé que lo importante es pedalear hacia arriba por la nacional hasta llegar al verdadero punto de partida, mientras escucho las llantas hablando con el pavimento y yo con este aparato de radio que llevo encendido en la cabeza sin saber dónde se apaga, o un juez implacable que me hace preguntas que nunca habían hecho:

¿Cuál es el verdadero misterio en este mundo? ¿quién juega con nosotros a los escondidos y hace que todo se transforme en un segundo? ¿dónde van a esconderse los recuerdos cuando los sesos se desparraman por el suelo?

De pronto me dan ganas de parar un momento y borrar de la galería la foto del viaje a Francia, dónde ella es la ternura y yo el que no puede respirar sin verla, y paro pero no me atrevo a borrar nada pensando que bastaría con no mirar tanto, pero no hago caso y arrecian las ganas de resbalar mis labios despacito por su cuello, de meterme en la boca el dedo pequeño de su pie derecho como aquella tarde que llegamos al hostal en Montpellier con ganas de averiguar el misterio de los sabores que tenemos en cada rincón del cuerpo, como si fuéramos dos cachorros que nacieron en laboratorio y van por primera vez a la estepa en primavera.

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Pedaleando.

Mientras mis poros son pequeños manantiales de un septiembre más cálido que otros y gélido sin ella, más seco sobre los tejados y húmedo en mis cachetes, con el listón más alto que cualquiera, de ese punzonazo en los riñones y la carga aplastante de su ausencia.

Entonces me detengo un momento a pegarle un mordisco al plátano que llevo en la mochila para recargar potasio y pienso que superaré la cuesta porque soy joven y pasarán el coletazo de esta serpiente envenenada, que tengo reservas de todo, y después del invierno siempre se atreve a venir otra primavera.

En cambio, los pensamientos se han quedado como mago sin chaqueta, sin saber dónde esconder la tristeza, o fabricar otros ojos y otra risa como aquella, para que siguieran corriendo por mis venas arroyos de esa sustancia llamada dopamina, o Dios sabe que misterios de vidas pasadas donde fuimos otros Tristán e Isolda o personajes divinos que vivieron solamente en la imaginación de escritores y nos materializamos ahora.

El calcetín del pie derecho me está molestando por una costura que roza con el meñique y me da por asociarlo a esas cosas que fastidian, pero se aguantan, que no matan a nadie, pero son una carga que se lleva con el anhelo de soltarla, como la rabia o el miedo y no puedo evitar que me venga otra vez a la cabeza la película de alguien al volante de una furgoneta, cargando sabe Dios qué odios y tormentos.

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La naturaleza.

La cuesta afloja por momentos y cambio de marcha aprovechando para respirar hasta llenar de aire fresco los pulmones, que se han quedado vacíos desde que se fue ella con su sonrisa de siempre y vuelvo a fustigarme con esa tortura de no entender con qué propósito se ha escapado, si fuera cierto que es uno mismo quien decide todo, según los disparates de la física cuántica y la teoría de cuerdas y no sé qué otras ocurrencias que leía últimamente y compartía conmigo.

Por momentos me fastidiaba con ese tema aburrido del espacio-tiempo y la composición septenaria de los humanos, cuando me apetecía charlar de sexo y cuanto le gustaba que yo le mordiera suavemente el mentón al hacerlo.

Ahora hay un poco más de luz y ha comenzado a aumentar la circulación de coches y este dolor gris que me desguaza el entrecejo, me aprieta la garganta y hace que piense otra vez en pegar un pedalazo y girar brusco hacia la izquierda, cuando sienta que se acerque un camión articulado de esos, a ver si acabo de una vez de descubrir los encuentros después de la muerte, en otros pliegues del tiempo.

Pero me aterroriza la idea de sentirme aplastado por una de esas ruedas mellizas que tienen los camiones y vuelve otra vez la imagen de su pelo rubio embarrado de sangre, con los sesos desparramados en aquella acera. Por eso no he parado de husmear en la red los temas de experiencias cercanas a la muerte y me consoló un poco saber que el alma sale del cuerpo un instante antes de los estertores, pero no acabo tampoco de creerlo, aunque por unos minutos me agarre a ese clavo ardiendo buscando consuelo.

¿Y si fuera verdad que algo queda después que la vida huye por una puerta misteriosa? ¿Y si pudiera percibir que su sombra se ha quedado vibrando en una mariposa y vuela ahora junto conmigo mientras pedaleo y lloro, me desespero y pienso toda esta sarta de infortunios?

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Misterios.

Por momentos me parece congruente lo que explica un libro de metafísica que no paro de leer desde que fuimos al cementerio a guardar las cenizas de mi novia, como quien guarda zapatos de invierno en un armario, porque ha sido el único calmante para esta sospecha, la única rendija salvadora entre tanto miedo. Y eso de acuerdo entre las almas fue un poco más allá de lo que espero, porque después de conocerla, todo lo que digan de la fuerza del amor me parece cierto y los imposibles, por raros que parezcan, se han ido pasando de bando en mi cerebro, se han ido escabullendo como agua de nube en la tierra.

Por fin he llegado a la ermita donde dejaré las dos ruedas para seguir andando, como si la vida misma fuera también una cuesta que uno recorre primero resbalando, luego se complica, hasta que finalmente se atasca en el barro a ver hasta donde a uno le alcanza el coraje. Y por un instante soy consciente que el Sol ha salido de los escondrijos donde pasó la noche, se hace un espacio milagroso que desvela el rocío sobre las hojas y las sombras van cobrando forma con el misterio de la luz.

Echo a andar por el sendero cuesta arriba con la mochila a la espalda y los tropezones de amargura por no tener la mano de mi novia, ni sus ojos y la sonrisa que adoro, mientras la busco como un tonto en los celajes, en las hojas secas que empieza a amontonar el otoño en los caminos, en el tenue silbido de la brisa al rozar mis orejas. Y voy caminando sin saber hacia dónde, procurando no ahogarme con las preguntas que lanzo al universo, por primera vez en mi vida sin necesidad de usar palabras.

Ha acabado de amanecer y me peleo con El Sol porque nada parece importarle, con las montañas porque no les da una crisis de ansiedad y con la yerba que sigue siendo verde a pesar de mi tristeza. Me peleo con las piedras y el tronco de los árboles, con la tele y las redes sociales, con los anuncios que venden una vida enlatada, las religiones y hasta con mi padre porque ha tenido la osadía de decirme, seguramente para mi consuelo, que conoceré a alguna otra en un par de semanas y pasará la tormenta.

Me peleo más que nadie con el desgraciado que tuvo la temeridad de cobrarme un precio tan grande por algún pecado que no he cometido y no basta con saber que ahora tampoco respira, que una bala de la guardia civil le arrancó el aliento y ni siquiera puedo descargar la rabia porque no es más que un amasijo de carne y huesos que se está pudriendo en un cementerio.

Entonces, ¿con quién tomarla si no hay un culpable vivo? ¿A quién podría desearle una larga enfermedad o una tortuosa existencia encerrado en una mazmorra? Y no me queda otra que volver a tomarla con la Vida y estar asqueado de ella, tomarla con Dios sin ser creyente y renegar de su justicia pregonada, porque Alina no merecía esa brutalidad repugnante, ni el final que se ha eternizado en mi cabeza como si fuera una de esas películas que tienen éxito y van de sala en sala, con la única diferencia que soy el único espectador en todas ellas.

Porque trato de apartarlas pensando que justo si se hubiera entretenido charlando con su amiga Laura tres minutos al terminar su clase de historia del arte, si no se le hubiera escapado el metro en la estación de Sants y para colmos me envió la foto del vagón que se alejaba y luego el emoticón más triste del mundo, para que yo no me desesperara, sin saber que esos tres minutos le costarían la vida.

Y no vale lo de tirar los dados para que ocurran todas las posibilidades, no vale la fábula de que en algún universo paralelo pudo pillar el metro y otro yo feliz pudo abrazarla de nuevo. Total, si fuera cierto, no puedo saberlo y no me importa el otro yo, sino el yo de carne y hueso que ahora mismo se está hundiendo en el lodo del desespero.

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Despertar.

Por un momento me detengo en el camino porque la mente no me deja siquiera dar un paso y me quedo pez fuera del agua. Aquí tiene que haber otra salida, tiene que haber un motivo que no he logrado captar, una razón rozando el milagro. ¿Y si fuera ese el plan para que me plante? ¿Si fuera el ramalazo de luz que tumbó a Saulo de Tarso con la nariz en el polvo, el que le hizo doblar la rodilla y atreverse a hacer lo más sencillo de hacer en esta vida: cambiar el punto de vista?

De repente cierro los ojos y todo da vueltas en una suerte de remolino que me espanta, pero a la vez resulta agradable, haciéndome caer por un arranco silencioso que estaba en mis espacios intercelulares. Siento un llamado que me invita a no resistirme, a dejarme llevar y acepto la invitación y poco a poco me voy dejando caer sobre la hojarasca blanda del bosque, en el regazo de la madre Tierra.

Despierto sin saber cuánto ha transcurrido y echo a andar como un cervatillo acabado de nacer que mientras se tambalea, va descubriendo el bosque y gozando el asombro.

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José Miguel Fernández Nápoles

Miembro desde casi 6 años

Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

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Jose Miguel Vale

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Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!

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