España en llamas
¡Vamos a una fiesta!, me dijo Annia y le dije que si, sin pensar, porque me encantan, y no se me ocurrió preguntar dónde ni que tipo de fiesta sería, porque esos dos años que me lleva mi amiga, siempre me parecieron algo a tener en cuenta. Y es que diecinueve es una cifra respetable, que le da a una el esperado derecho de tomar decisiones. ¿Y ser responsable de ellas? me dijo mi padre un día que le comenté. Son las dos caras de una moneda.
Y ahora me doy cuenta de lo que decía, porque estoy en esta sala de urgencias, con más tentáculos que un pulpo, haciendo cuentas a ver si me quedo en este mundo o necesito otra vida para aprender que algunas decisiones no son juego de niña.
¿Quién iba a saber que era una trampa para embaucar adolescentes? Y lo rápido que se me quitó el miedo con ese cóctel España en llamas y el primer porro y las manos de Javier por todo mi cuerpo como una manada de búfalos pisando las margaritas de mi selva virgen.
La consciencia viene y se me va, me voy de ella a jugar con las muñecas de Daniela y los personajes de la brigada canina, a lanzarme despreocupada por la barranca que me contaba la abuela, resbalando en la corteza de una palmera, cuando era niña igual que yo. Ten cuidado con el tirón de los deseos masculinos cariño, me decía ella. Hemos venido al mundo a poner riendas a los instintos de los hombres, para que puedan ser divinos.
Y parece que cuando aún podía, no tomé las riendas y dejé que se desbocaran las falsas necesidades de aparentar que soy valiente, que estoy a punto de cruzar esa frontera absurda que han legislado, después de la cual se supone que estoy capacitada, Dios sabe para que decisiones.
Y entonces parece que los demonios se soltaron y seguí bebiendo, fumando y alguien dijo seguramente no había ningún valiente en la fiesta que tuviera cuarenta pavos para pagar un billete a la gloria, o no recuerdo si dijo que era al infierno. Mi padre había venido hace poco a verme y me había regalado algo de dinero y los puse encima de la mesa. Aspiré una patada de mula, un rayo de tormenta y no supe más nada.
Ahora están ahí todos, esperando a que el médico salga y diga que ha sido tarde, que lo siente mucho e hicieron lo humanamente posible, tal vez con suerte pueda dar una esperanza, que han habido serios daños cerebrales, dirá, que es posible que tenga que seguir en un sillón de ruedas de por vida, con una cinta para sujetar la cabeza a la silla.
He visto salir a la anestesista hacia el salón contiguo al quirófano a buscar algo que le ha pedido el cardiólogo, la señora de la UCI que ha estado a mi lado desde que llegué, se ha levantado y está paseando por el pasillo, con paso muy ligero y la noto muy alegre, gozando diría yo de haber salido de su cuerpo. ¡Un momento! También me siento mucho mejor de repente, sin esa dificultad para respirar y estoy flotando, me estoy alejando del cuerpo, del dolor, del sufrimiento. ¡Hay otra fiesta ahí afuera y me están esperando! Solo que esta vez tendré cuidado y seré prudente.
