María, la viuda del maltratador
Era una organización numerosa de mujeres que se reunían una vez al mes, para tratar el tema del maltrato de género, y la mayoría estaba allí porque en algún momento de sus vidas, la había padecido. Había jóvenes y ya no tanto, nacionales y extranjeras, con hijos y sin ellos, y en todas una huella. Puede que fuera un rictus en la mirada, una forma peculiar de balancear una pierna cruzada sobre otra, una parte de su cuerpo cubierta hasta en verano, para que no se notara una cicatriz, una carencia de sonrisas, un parpadeo no habitual para que la luz no molestara.
En cada reunión se daba la bienvenida a las nuevas, se les animaba a presentarse y decir lo que desearan, mientras el resto escuchaba en silencio y al final una especialista hacía de moderadora, para que pudieran intercambiar experiencias, aportar ideas, hacer campañas y ayudar a que no se repitieran conductas tan execrables y malvadas.
Ese día vino a la reunión una anciana vestida muy decente y a la vez con colores que resaltaban, no se mostraba encorvada como la bruja de Blanca Nieves, ni llevaba un moño de aquellos. Y las demás asistentes no podían dejar de mirarla porque había algo en ella que no encajaba, algo que estaba ausente en la mayoría y a ella parecía sobrarle, aunque no sabían bien que era.
Estuvo atenta durante toda la reunión y hasta hizo alguna pregunta a otras cuando exponían sus vivencias, y lo hacía con una expresión de bondad y condolencia. Y, de esa forma natural que ocurren las cosas, la anciana se fue convirtiendo en el centro de atención de sus compañeras y la curiosidad iba creciendo a medida que pasaba el tiempo.
¿Nos quiere comentar algo?, le preguntó por fin la moderadora. Aquí damos la bienvenida a todas, y siempre que lo deseen, para enriquecer nuestros conocimientos en el tema, nos pueden comentar su experiencia. ¿Ha sido Usted maltratada o ha venido a escuchar?
En todo el cosmos no se hizo un silencio como el que sucedió a la pregunta y los ojos no quisieron dejar solas a las orejas en el afán de percibir el mensaje de aquella señora. Ella se paró lentamente y sin que nadie le dijera nada, fue a pararse enfrente.
Me casé muy joven con mi hombre, porque a ciertas edades una busca la independencia en cualquier parte, menos donde está realmente, que es en nosotras mismas. Y habría jurado que el arco iris nacía donde mis ojos lo miraron por primera vez, apuesto y varonil, simpático y elocuente, pero al regreso del viaje de novios, me di cuenta que era otra cosa. Enseguida empezaron las palabras altisonantes y los reproches y mis ojos se convirtieron en géicer, desde donde brotaba un dolor salobre e impotente. Y de buenas a primeras, como nunca antes, vi crecer en los rincones más oscuros de mi cuerpo alimañas como la rabia, el odio y la impotencia y los alimenté ingenuamente, les di cabida en lo que yo era hasta entonces.
La voz de la anciana se metía en el silencio cómplice del recinto, como una pastilla de añil en agua clara y el grupo de mujeres proyectaban su película, se veían reflejadas en el lago de los recuerdos de aquella veterana en las guerras contra el miedo.
Y no voy a describir aquí los detalles de las miserias, continuó la mujer con voz dulce y firme, porque una de las cosas que aprendí en la vida, es que cada vez que las contaba, era como si las viviera y por nada del mundo quiero vivirlas de nuevo. Si he venido es por una razón diferente. - Y ahora los latidos de todas se detuvieron de repente, ¿qué más tenía aquella guerrera en mente?
Cuando más desesperada estaba, a punto de responder con violencia a la violencia, haciendo planes macabros para rociar con gasolina su cuerpo mientras dormía y prenderle fuego, convertida en una aprendiz de asesina, presa de un miedo que me devoraba, por un momento, tomé consciencia. Me di cuenta que estaba perdiendo el juego, que me estaba dejando llevar a su terreno de salvajismo y alevosía, y que no tenía nada que ver con aquello. Por un momento decidí que nadie podría empujarme fuera del nido de amor, donde me criaron mis padres, nadie iba a poder convertirme en algo que no era. Y que además tampoco seguiría siendo un trapo de cocina, un deshollinador con el cual se podría barrer el suelo. Una de las mujeres asistentes suspiró de tal forma que todas miraron. El recinto era una caldera a punto de explotar.
A la mañana siguiente, continuó la mujer mirando a ninguna parte, cuando despertó, yo estaba sentada a su lado y se asombró al verme.
- Eres el padre de nuestras dos hijas, le dije con los ojos clavados en su entrecejo y nunca dejarás de ser mi familia, porque hay dos niñas a las que corre por las venas, sangre tuya y mía. Podrás contar conmigo en lo que esté a mi alcance y jamás esperes de mi algo mal intencionado, más ahora llegó el momento de seguir por caminos diferentes. Prepara tus cosas y márchate. Y parece que lo dije con tal fuerza que se marchó para siempre sin decir nada. Nunca nos divorciamos, tampoco ninguno de los dos volvió a casarse y a partir de entonces, fuimos personas cercanas que tenían hijos en común. Hace cinco años enfermó gravemente, dijo la mujer y se veía apesadumbrada. Cuidé de él como pude hasta que falleció y fue nuestra mejor etapa, porque solo cuando estamos cerca de la muerte, la soberbia cede y la compasión florece.
Gracias por escucharme, se oyó la voz de la mujer en un hilo. Sé que siempre no es posible, pero os aconsejo amar a vuestro hombre, aún cuando tengáis que seguir por caminos diferentes, nunca dejéis de respetarle, que no salgan de vuestras bocas ofensas ni amenazas, y siempre que sea posible, no le den la oportunidad de ser peor, que es lo que ocurre cuando una hace de la vista gorda, porque ellos no se convierten en monstruos de la noche a la mañana y con firmeza y cariño, se construyen vallas poderosas que ninguno de ellos puede saltar. Si un hombre agrede a una mujer es porque le teme, porque la ve demasiado grande y se convierte en amenaza, así que es mucho mejor mirarlos como oportunidades que tenemos para ejercitar la compasión, que es un don de nosotras, las mujeres.
Nadie hizo otros comentarios y por largo rato sólo se escucharon los brazos de las mujeres cuando abrazaban a la anciana.