Razas de dueños de perros.
José Antonio es una persona con buenos resultados académicos desde pequeño. Lumbrera en el instituto y medalla de oro en la universidad, en una de esas especialidades que le aseguran un empleo a cualquiera, mucho más con su brillante expediente, aun así, él no se cansa de decir que ha tenido poca suerte y, la verdad es que lo han contratado varias veces, pero enseguida lo ponen de patitas en la calle, pasados unos meses de comenzar el empleo, y a él le parece que se debe a lo borde y sinvergüenza que son los jefes.
También es un tío grande y fuerte, acostumbrado a hacer ejercicios sistemáticos y eso le gusta a las mujeres. Por eso jamás ha tenido problemas para conseguir pareja, amén de que se expresa correctamente y tiene una personalidad fuerte. Así las cosas ha tenido varias relaciones de convivencia, porque para rematar no tiene problemas de vivienda. No obstante se ha tenido que separar porque ha tenido la mala pata, según cuenta a sus amigos, de encontrarlas demasiado tontas, cabezotas o rebeldes.
Próximo a llegar a las cuatro décadas dando vueltas alrededor del sol, ha comprado un perro y se siente muy a gusto con él porque al animal no se le ocurre protestar cuando él le da tirones a la correa, para que vaya como él quiere, por donde quiere y por supuesto que siga moviendo la cola cuando se acerca a jugar con él.
Alina es una chica que nació con una pequeña discapacidad intelectual y alcanzó el graduado escolar con mucho esfuerzo. Hace muy poco, cerca del cumpleaños cuarenta, consiguió su segundo empleo como conserje, precisamente por recomendación del primero, donde ya no la necesitaban por fallecer la señora a quien cuidaba, por más de quince años. Justo le pareció apropiado irse a vivir con su pareja a quien conoció hace dos años y han adoptado una perrita muy chula a la que cuidan y quieren. A Alina le parece que siempre ha vivido acompañada y que antes eran sus padres y ahora son su pareja y Luna, que es el nombre con que han bautizado a su mascota. Los tres disfrutan mucho de la convivencia.
María y Vicente vivieron muchos años de forma amorosa y amable. Tuvieron hijos y formaron una familia donde reinó siempre la armonía y el cariño. Un día los hijos hicieron su equipaje y se alejaron por ley de vida y ellos observaron que era una buena oportunidad para volver a vivir solos, como al principio de su matrimonio.
Cuando más contenta estaba ella, encontró a Vicente tumbado en la cama una mañana, como si alguien le hubiera robado lo más valioso que tenía. Como a los pocos días del entierro seguía respirando, tuvo confianza en la vida y pensó que era mejor vivir agradecida y seguir disfrutando hasta donde podía. Entonces adoptó a una perra que nadie quería, en esos sitios donde dan albergue a los abandonados y por desgracia, también sacrifican a veces cuando son demasiados.
Por momentos María podría jurar que ese animal tan manso y cariñoso ha venido a su vida para ayudarla a suplir esa necesidad de dar afectos que tenemos todos.
