Tornado.

José Miguel Fernández Nápoles
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Tornado. – Jose Miguel Vale – WebMediums
Profundo deseo de aniquilación.

Me desperté cerca del mediodía como una mina sin espoleta, un remolino de rabia que bajaba del cielo con los puños apretados, la garganta seca y una imperiosa necesidad de pelear con alguien, preferiblemente a los puñetazo, a cuchilladas o con aquellas lanzas con que los guerreros romanos destripaban a cualquiera.

Seguía sin saber de Alina, mi padre me había echado de la casa y estaba viviendo en la buhardilla del asqueroso apartamento en Overtown, propiedad de la borracha de mi abuela, tirado en un camastro, asándome con el calor pegajoso de La Florida. Y lo peor de todo era que recién entrado en la vuelta veintiuno del circuito de carrera de mi vida, todo me importaba un carajo.

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El camino que no lleva a ningún lado.

Me quedé bocarriba con los ojos encaramados en el techo, sudando a mares e incapaz de moverme de repente. Sintiendo en el hocico la radiación del calor que emanaba del tejado y un deseo creciente de aniquilación que pusiera fin al sufrimiento, sin embargo algo me empujaba a sentir la andanada de sentimientos y no resistirme.

Comenzaron a pasar por mi cabeza los primeros años de la infancia, envuelto en el celofán de tener padres ricos y una mucama negra, juguetes, caprichos y todo lo que no fuera un rato de tiempo de mis padres, ni un caballo de palo como me contaba el abuelo, antes que un cáncer le extendiera un boleto misterioso hacia ninguna parte y sin regreso.

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Los abuelos deberían ser eternos.

Sé que se escapó de esta vida para no seguir mirando como mi padre se iba metiendo en la crisálida de sus negocios, al revés que el proceso natural y acababa convirtiéndose en gusano, ahogado en su dinero. Y mi madre asfixiándose sin afectos, desnuda para atravesar el desierto de los canales de la tele y fumando el opio de seleccionar lo más caro en los supermercados.

Entonces aprendí la filosofía de las ballenas que salen a alcanzar una bocanada de aire fresco y se sumergen en un nuevo descontento. Ya a los diecisiete tuve el primer accidente sin carnet de conducir y le dejé una lesión a una señora, por la que mi padre tuvo la desfachatez de indemnizar un cuarto me millón, como si una cojera de por vida, se pudiera pagar con eso.

Y luego a descubrir otras formas de hacer que las suprarrenales segreguen adrenalina, una desenfrenada carrera hacia el estremecimiento de los primeros segundos, de un salto en paracaídas, otro chupito de hormonas salidas de las gónadas en la suite de lujo de los mejores hoteles, usando la vagina de chicas tristes, como esos insectos que se achicharran en las farolas, huyendo de la oscuridad y el miedo.

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Riqueza y desamparo.

Y la falsedad de amistades que tienen un récord guinness en adulonería, la efímera carnada que pone la tristeza en las fiestas de no celebrar nada, los remiendos de alegría que proporcionan los objetos, sobretodo cuando caen del cielo, cuando tapan goteras en el tejado de vidrio de los apegos.

Y de pronto se llena el carro de dinamita y la mecha entre zanahoria y zanahoria se va volviendo demasiado corta, las quejas se adueñan del garguero y el descontento planta su bandera en la cresta de cada media hora. El miedo se disfraza de soberbia, la rabia se alía con la tristeza y paren un monstruo que sube con un fusil a la azotea de una escuela y asesina sin miramientos a la oportunidad que le ha dado la vida, de vivir este sueño.

De momento el sudor no me molestaba y por la rendija de la ventana, logré ver que un rayo de sol se abrazaba al viento.

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José Miguel Fernández Nápoles

Miembro desde casi 6 años

Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

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Jose Miguel Vale

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Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!

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