Tsunami

José Miguel Fernández Nápoles
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Tsunami – Jose Miguel Vale – WebMediums
Peligro.

Por fin se han dormido todos, Jose de lado, que parece un feto en el vientre de esta playa, como si temiera que un dinosaurio salido de sus sueños le arrancara los testículos de una dentellada.

Laura casi boca abajo con su cabecita rubia sobre el brazo izquierdo y el pelo tapándole la cara donde no se apaga una sonrisa ni durmiendo, mi hermano Arturo con Luisa despatarrados y mi sobrino en el medio, rendidos y felices después de la mañana nadando y la comida caliente que quisimos comer a la intemperie.

También está El mar, tan tranquilo como si le hubieran puesto desde el cielo un gotero inmenso con valium, las gaviotas que pasan ejerciendo ese derecho de ser libres y la gente que se refugia bajo la sombrilla y me doy cuenta que absolutamente a nadie le importa un rábano que yo me sienta tan sola y atormentada.

Porque ya he hecho de todo, he buscado en los horóscopos a ver si nuestros signos son compatibles, he consultado una adivina, he leído la biblia y pedazos de tres novelas, colgué una pregunta en internet a ver si el Universo me daba una respuesta milagrosa usando el nombre de cualquiera, pero nada.

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¿Qué habrá sido de aquellos que nos casamos?

Me he rebanado los sesos esculpiendo un futuro, filmando una película a la que no encuentro ni pies ni cabeza y cuanto más lo pienso, menos lo creo posible y cada vez que doy tres pasos por cualquier trillo de este bosque me sorprende la sombra del miedo que revuelca mis tripas y siembra en mi estómago un caballo al galope, cuando pienso en ese cuarto anillo de la divina comedia.

Yo sentada en la cama a su lado diciéndole que tenemos que separarnos, que olvide la promesa que le hicimos al cura, que éramos dos críos y estábamos bajo el influjo de las gónadas. Y Él con los ojos secos como una momia, con el disco duro de su alma destrozado por el virus de la tristeza y la rabia, diciendo que estoy loca, que no puede vivir sin Laura ni sin mí, sus dos manzanas maduras, su cafecito con leche de media mañana y yo sabiendo que cada palabra que le diga es como si le destrozara un riñón con una lanza.

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Ruptura.

Y Laura llorando por su padre, preguntándome por qué no lo quiero si es tan bueno y el resto de la familia, mis amigas con esa cantaleta de que hay que ponerme una camisa de fuerza, que vaya a un psicólogo, que contrate a un brujo, pero que haga algo antes que sea tarde y se haga pedazos el mejor matrimonio que conocen desde que tienen uso de razón en esta comarca, porque la gente solo sabe juzgar por las apariencias y si no ven peleas ni discusiones fuertes, y nos ven salir los domingos a pasear con Laura, con su vestido nuevo y su racimo de globos de colores apuestan que nos queremos y somos una pareja estable y coherente.

Pero es que nadie puede meterse bajo las sábanas y penetrar como una gota de colirio al fondo de los ojos cuando nos miramos y no les contradigo ni un segundo porque Dios y Yo sabemos que eres un padre maravilloso, y un marido que no se queja de nada, que comparte las tareas domésticas, se sienta a aprender los deberes junto con Laura, muertos de risa porque Ya sabe más que nosotros y la vida iba como esas barcas de vela con buen viento a punto de plantar sus banderas de rutina y hacer que engordáramos y nos salieran canas y compráramos uno de esos sillones plegable donde se pueden adormecer los sueños.

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Rutina.

Pero la rueca del destino no tenía eso deparado para mí, así que una mañana tropecé con tu mirada limpia cuando me subí a tu taxi y me preguntaste con todo respeto a que jardín la llevo señora y tuviste la osadía de dejarme una tarjeta y yo de guardarla.

Y la próxima semana hubiera tomado sin problemas mi coche para ir a la consulta del ginecólogo, pero las manos se me fueron solitas al bolso a por otro piropo y entonces se soltaron los miedos y desde entonces andan desperdigados por esta ciudad después que me enseñaste que jamás he dejado de ser la niña que llevo dentro y que no hay cosa que adore más que jugar a ser mayores.

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El diablo ajunta a la paja y el fuego.

Y tengo miedo a que seas demasiado fugaz en mi vida y te lleves la guitarra con tus canciones y todo, demasiado tenue y no me permitas entrar en el fondo de tus poemas, garabateados para mí en una servilleta aquella mañana que me invitaste a un helado, o que seas una de esas hojas que caen en el otoño y el viento arrastra junto con tu despreocupación, nadie sabe dónde.

Miedo a que no me atreva ni por nada del mundo a restregar mis labios en tu cuerpo palmo a palmo y dejar que te metan en la cárcel por el resto de la vida por incendiar mis bosques y mis lagos. Miedo a descubrir que somos esas dos gotas de miel que faltaban en nuestras vidas, porque está tan lejos tu mundo misterioso donde no importa que haya para comer una patata cocida y un huevo duro si se embarran de besos como postre.

Y tus bailes donde exorcizar las preocupaciones sudando a mares y dejar que la imaginación haga el resto. Porque así de sencillo entraste en mi vida sin que nadie te diera velas en el entierro, como un imán descomunal del que no podía alejar la mirada. Y no hiciste preguntas, ni pusiste barreras, ni contrataste detectives, simplemente me leíste un poema.

Y ahí mismo se abrió como esas flores misteriosas mi curiosidad de mujer y ya no pude bajarme del tren de tu vida, casi sin más complicación que tu guitarra y alguna de esas madrugadas que El Sol te sorprende bailando o escribiendo un poema o conduciendo un taxi como pretexto para enamorar chicas trasnochadoras, porque no sé donde aprendiste tan maravillosamente a tener paz en el alma, a saber con esa certeza que la persona que llega a tu vida siempre es la correcta, que absolutamente todo lo que ocurre, hasta el mínimo detalle es precisamente lo que bebería, que cuando algo empieza no es menester tratar de impedirlo, igual que si algo se acaba.

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Nada es casual en la vida.

Yo de pronto atropellada en medio de la calle por una tristeza que no sabía explicar cuando aparentemente lo tenía todo y apareciste con tu taxi y después la guitarra como un duende salido de un cuento, con tus poemas y tus rosas y esas teorías raras de que hay que abrazarse para liberar endorfinas y que sé yo que otras hormonas, hasta que has puesto mi vida al revés como una tortilla de patatas y lo peor es que quien sabe si la tuya también porque como ibas a saber, si nunca te dije que en este tren iban dos pasajeros, o mejor tres porque Laura cuenta, ¿cómo ibas a saber que el trébol de mi vida es de tres hojas?

Pero eres fuerte y ahora mismo te vas a recuperar, vas a encontrar esa amiga amante a quien hacer feliz y en un par de meses ni te acordarás que El Universo nos puso un día en el mismo camino y nos dimos la mano y sentíamos que éramos como esas gaviotas. Y una tarde apacible si nos encontramos al volver en una esquina, cuando vaya con Laura y su padre, cuando ya seamos expertos en cabalgar la rutina y las tardes no embarren en las fachadas aquella sombra que nos gustaba, ni al naranjo de mi patio le crezcan hojas nuevas, ni la gente sea tan alegre como cuando Tú y Yo los mirábamos.

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La tristeza se asoma a las plazas.
Cuando tenga el billete de ida y vuelta en el tren del aburrimiento, de ese enjambre de relaciones que se soportan en vez de disfrutarse, cuando ya todo sea fácil y los conflictos se hallan apagado como las farolas del parque y mi niña tenga cerca a su padre y yo le alquile un ventrículo al desconsuelo, entonces es posible que levante la mano y te salude, sonría y de gracias al Universo por la magia del encuentro.

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José Miguel Fernández Nápoles

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Cubano, emigrante en España, disfrutando de esta parte de mi vida. Compartir es mi camino.

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Jose Miguel Vale

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Percibo que soy más que cuerpo físico, mental y emocional. No se quien soy, pero SOY MAS, MUCHO MÁS!!

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