Beneficios de la carne blanca
El elevado contenido proteínico, además de ser baja en grasa saturada y rica en vitamina B12 convierte a la carne blanca en un elemento indispensable dentro de una alimentación balanceada, desde siempre, ha sido incluida en diferentes dietas inclusive, sustituyendo a las carnes rojas, lo que conlleva a preguntarse ¿Qué tan libre de los riesgos que se le adjudican a estas últimas supone su consumo?
¿Cuáles son las carnes blancas y por qué deben ser parte de la dieta?
Como su nombre lo hace entrever, las carnes blancas corresponden a aquellas que difieren de la roja al presentar una coloración menos rojiza estando crudas. Desde la perspectiva de los criterios nutricionales, engloba a no provenientes de los mamíferos, definición que no es demasiado certera, ya que la del lomo de cerdo y la del conejo entran en el grupo.
¿En qué se diferencia la carne blanca de la roja?
Además del evidente contraste en lo que en apariencia se refiere, la carne blanca tiende a ser más insípida que la roja, conteniendo también inferior nivel de mioglobina y hierro. Otro aspecto diferencial radica en el contenido de purinas, punto en contra que tienen las rojas por propiciar el incremento del ácido úrico, que a su vez genera problemas de salud como la enfermedad de la gota.
Pero eso no es todo, las carnes blancas son más sencillas de digerir, carecen prácticamente de grasa saturada y cuentan con un tipo de proteína de mayor valor biológico haciéndolas ideales para controlar el colesterol, así como en regímenes para perder peso.
¿Qué ventajas nutricionales supone el consumo de carne blanca?
El principal atributo de las carnes blancas cuando se habla de nutrición, es su mínimo aporte graso, para hacerse una idea de lo que se habla, cada 100 gramos supone menos del 10% de grasa. Otras de las razones por la que suele aparecer en toda clase de dietas, es lo rica en proteínas indispensable para el aporte de aminoácidos encargados de contribuir al desarrollo de los tejidos.
¿Carne de pollo o de pavo, cuál elegir?
Por tendencia, al mencionar carne blanca, las primeras que viene a la mente son las de pavo y pollo, lo que no es de refutar considerando que representan aporte nutritivo de primer orden al aportar proteínas, vitaminas y minerales, a cambio de un aporte calórico casi nulo, siempre que se consuma sin la piel.
Decantarse por una u otra es cuestión de criterio y gustos individuales, pues lo cierto es que cuentan con niveles similares de contenido nutricional, pero por antonomasia, es la de pollo la que gana la preferencia siendo ingrediente indispensable de las diferentes cocinas debido a la versatilidad, sabor y accesibilidad que tiene respecto a la de pavo.
Carnes rojas vs carnes blancas, el eterno dilema
En esta pelea, es la carne roja la que se sitúa por regla, en la silla de los acusados, dejándole el podio a las carnes blancas cuando la verdad, en términos de nutrición, es tan erróneo asegurar que todas estas son nocivas y que las blancas representan la panacea de una alimentación balanceada.
En efecto, las carnes rojas llevan las de perder debido a su contenido de purinas y mayores proporciones de grasas y colesterol, sin embargo, si la comparación es con la carne de pescado una de las más recomendadas y valoradas, ha de considerarse que como aspecto negativo su contenido mercurio de algunos ejemplares, elemento altamente tóxico para el organismo.
¿Cuánto comer de cada carne Blanca?
En líneas generales, la recomendación es entre 3 y 4 raciones a la semana de carne blanca, dejando el consumo de carne roja sólo de manera ocasional, es decir, entre 2 y 3 veces mensuales. Respecto cuál comer, son las de vaca, caballo y buey las que contienen mayores cantidades de hierro, vitaminas, minerales y proteínas.
Otro aspecto a considerar la manera en la que se cocina, de nada valdrá apostar por las carnes blancas, si se preparan fritas o en salsas que suponen un aporte calórico tres veces mayor que el que se tendría si se consumieran cocidas a la plancha u horneadas.
Del mismo modo, es aconsejable evitar cocinar demasiado la carne roja o exponerla a elevadas temperaturas, de ser así, como el caso de las barbacoas, conviene descartar la ingesta de las partes quemadas.