Regresando dos siglos después. (I)
Arrancada en Falso
Cuando escuchó el chirrido de los neumáticos del avión en tierra española se dio cuenta que el sonido estaba marcando el comienzo de otra etapa en su vida. Era el primer año bisiesto después de las torres gemelas, aquel al que estuvo a punto de clavar su trofeo de optimismo a pesar de las supersticiones, al que apostó su fortuna debajo del sombrero, y que casi a la altura de noviembre, lo había derrumbado con un mazazo de nehandertal en la cabeza, como esos encuentros de béisbol que se pierden en la novena entrada por un jonrrón con las bases llenas.
Su bisabuelo había hecho la trayectoria al revés de Santander a La Habana hacía más de doscientos años y de pronto pensó en la singular coincidencia que ambos llegaran a tierras extrañas sin un real en el bolsillo, ni saber donde dormirían la próxima madrugada y las mismas dudas dentro de la maleta como único equipaje. Sin poderlo evitar se sintió familia de aquel españolito echado a navegar desde las márgenes del cantábrico igual que brizna de paja al viento para desembarcar a los tres meses de travesía en un muelle de La Habana como zaramagullón en el Desierto de Mojave.
Aquel Don Felipe García Rayón que enfrentó los retos y logró fundar familia en Pinar del Río de doce hijos, aquel que plantó la semilla de su perseverancia, el más cabeza dura seguramente, de todos los emigrantes españoles que fueron a la Isla en busca de una tabla de salvación. A su primogénito le llamó Eduardo, otro que bien bailaba en el arte de tirar hacia adelante. El abuelo orejón de nariz prominente que tenía toda la paciencia del mundo para llevarlo a pescar truchas al río “Las Vueltas”, en la provincia de Las Villas al centro de País, cuando era un muchacho. (Continuará)