Es imposible evitar que llegue la primavera.
Allá afuera arreciaba la tormenta. Había un huracán de magnitud aceleradamente creciente, un dragón mitológico que amenazaba con incendiar al mundo y escupir chorros de lava y miedo.
Los pajarillos inocentes volaban desesperados hacia el bosque, el venado y la liebre huían a cuanto les permitían las patas y hasta las fieras buscaban guaridas, donde protegerse.
A los hombres, no les quedaban más escondrijos que las drogas, el elixir misterioso de la tele-basura, los anuncios que entumecen la parte frontal del entrecejo, las emociones fuertes, como escalar el Everest y las conexiones ilimitadas para ver mundos paralelos, donde se arrancaba de cuajo la ternura de las flores y a las ramas de los rosales se les injertaba una palabra en otro idioma, con el pulgar hacia arriba, como una limosna a un indigente.
El gran olvido había tomado las ciudades y plantado sus banderas en las crestas más altas del entendimiento. Y no habían autopistas grandes para entrar a un reino donde no hubiera alzheimer, ni demencia adolescente, sino que los senderos eran estrechos y escurridizos, la puerta angosta y la confianza escasa.
Sin máscaras, el único que se atrevía a andar por las calles era el miedo, dueño y señor de la inocencia, intentando esclavizar lo divino con su ridícula telaraña de sufrimiento.
Y llorando por la carga que le han puesto, a punto de tumbarse al suelo como la llama del Perú, cuando percibe que el indio no la considera, iba la libertad con la responsabilidad a cuestas, en vez de ir tomadas de la mano, ungiendo a los humanos del derecho primigenio, el libre albedrío que Dios nos ha dado.
Unas rupias de aliento quedaban en la bolsa, unos leños secos para avivar el fuego en esas noches solitarias, mirando hacia las estrellas, a ver si desde Orión llegaban naves espaciales con cadenas poderosas para atar al ego y amordazar su parloteo interminable de milenios.
Hasta que una mañana, a alguien se le ocurrió salir al campo, justo al comienzo de la primavera. Los olores a tierra mojada penetraron esos laberintos de la consciencia, los sonidos del viento enredado en las copas de los almendros, la silueta de las montañas a lo lejos y el gon de una campana comenzó a expandirse por la tierra.
Ante el gozo de vivir salieron en estampida las alimañas, la tranquilidad y el sosiego fueron conquistando plaza por plaza, corazón por corazón y en los potreros empezó a reverdecer la esperanza.
Se sumó al concierto de las flores una miaja de bondad y un grano de compasión, mientras un rayo de luz hizo la magia de los espejos. Entonces los hombres empezaron a ver en los ojos de sus congéneres, la tenue silueta de su verdadero rostro, comenzaron a tomar forma la ternura que recubre las células de nuestro cuerpo, desempolvaron la hospitalidad y la paciencia.Y los ejércitos empezaron a disgregarse solos, ante la falta de adversarios, al perdón lo nombraron embajador en cada vez más rincones de la tierra.y entonces poco a poco, cargada de amor, fue llegando la primavera.